Un caballero solitario,
de lanza afilada,
es el futuro erróneo de mis cartas,
el calor desconocido:
la decisión que la voluntad anula,
como un eco lejano.
Aquel Príncipe azul,
de vistosos andares,
es la mirada fija de mis ojos,
el corazón desbocado:
la traición que el alma otorga,
a un cuerpo tensado.
El Ángel luminoso,
de pálidas manos,
es el paso firme de mi escuela,
el olor malvado:
la daga que el vientre clava,
en la mujer enjaulada.
Ese Dios griego,
de Enérgica mirada,
es la Sombra maldita de mis anhelos,
el recuerdo inventado:
la mentira que el saber esconde,
con la razón eclipsada.
Eres el feroz deseo
de las llamas de mi suerte
y de mis palabras.
Eres el sudor caliente de mis noches,
que se queman en la cama,
de mis sueños y de tu mirada.
martes, 8 de septiembre de 2009
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